domingo, 22 de febrero de 2015

Cuestión heróica. O lo mainstream ha dejado de molar otra vez.

Hoy no pondré nada en cursiva para abrir el texto. Uy, espera...

Nos han metido por el culo, así como sin querer, la patochada de que el héroe moderno es un tipejo joven, guapetón y destinado desde su nacimiento a cambiar el mundo. Idea que muchos de nosotros, roleros, hemos adoptado sin que nos tiemple el pulso. Y, a ver, si bien no puedo quejarme de que se den casos así, sí me quejo de que este tipo de casos sea la norma. Eso está feo. Algún día haré mi Lista de Cosas que están Feas. Así, con mayúsculas para las siglas.

Tal cual me hablaron de los héroes los cuatro filósofos que me hablaron de los héroes, la figura que ahora llamamos como tal poco tiene que ver con esa definición. Bien es cierto que el héroe clásico podía tener una ascendencia especial o un origen turbio que marcase su vida. Pero al final, lo que los convertía en héroes era su capacidad de elegir. Su poder para escapar del yugo del destino y escribir, habitualmente con sangre, su propio futuro. Héctor, por poner así un ejemplo tonto de héroe, se enfrentó a las circunstancias de la Guerra de Troya (guerra que él no había comenzado) con una determinación firme hasta su muerte. Siento haberos spoileado el final de la Ilíada. Héctor no nació para combatir a Aquiles. No estaba destinado a eso. Pero aún así, lo hizo. Con catastróficas consecuencias para ambos.

Ese Aquiles y su erotismo...
Lo que sí tenían los héroes clásicos eran la encarnación de valores que, si bien no podían ser modélicos, los elevaban por encima del común de los mortales. Eran excepcionalmente valientes, o excepcionalmente buenos en combate. Cada héroe representaba lo mejor de una cualidad de los hombres. Aunque a veces representar lo mejor de los hombres no implica ser bueno moralmente.

Si analizásemos bajo esta descripción a los héroes del mundo actual, ¿qué nos encontraríamos si no decepción? Salvadores de mundo por decreto, nacidos bajo una estrella, el único portador de un extraño don de sangre capaz de detener a los demonios... La premisa ya pinta chustera. No sólo estos individuos tienen capacidad heróica, sino también obligación. No son dueños si mismos. A lo sumo, son dueños de sus acciones. Por no hablar los valores de estos héroes. Sí, son buenos. En todos los sentidos. Quizás no hayan blandido una espada nunca, pero de repente son espadachines espectaculares. Quizás acaben de adquirir capacidades mágicas, pero ya ponen en jaque a toda la esfera de hechiceros del mundo. Y, para colmo, son siempre angelitos bondadosos, que nunca han roto un plato y que se arrepienten, aunque sea mientras se están trabajando a la protagonista femenina, de haber eliminado a la entidad que pretendía dominar o destruir el mundo. Horripilante, vaya.

Que tiemblen los villanos. El niño maravilla ha llegado a la ciudad.

Como ya digo, ésta es sólo la tendencia. Se sigue a día de hoy respetando al héroe clásico en según qué obras. Por ejemplo, y encabezando la lista de mis favoritas, nos encontramos al coleguita Geralt de Rivia, o al intento de héroe clásico de Zack Snyder en su El Hombre de Acero, y digo intento porque lo consiguió a medias. Y como éstos, otros tantos. No puedo, aunque quiera, conocer todos los ejemplos de héroes clásicos en la cultura contemporánea.

Pues listo, aquí os dejo otro artículo de los míos. De los de rajar sin más. Hasta la próxima, señores.

Borgeos.

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